La vida como la madera

Arboles.jpg

Hay un gran malentendido cuando de meditar se trata. Creemos que para meditar hay que sentarnos, cerrar los ojos y dejar pasar los pensamientos.

Aunque esa es una forma –la más común, digamos–, lo ideal es meditar todo el día.

–Ahora sí Anna enloqueció –pensarás, pero no, no he enloquecido, de hecho, meditar todo el día es el estado ideal. Tú, yo, todos podemos hacerlo. Es cuestión de mantenernos presentes.

Desde que te levantas, hasta que te acuestas es posible estar en estado meditativo. No me refiero a que te sientes todo el día a hacer OM. Sino a que medites mientras estás en tu vida normal.

Meditar es estar presente en todo lo que haces, permitirte explorar con todos tus sentidos lo que sea que te encuentres haciendo.

No importa si te estás bañando o en una conferencia con tu jefe, mientras mantengas tu mente habitando el momento presente,  te encontrarás en el estado ideal.

Hace unos días, Mr. JC y yo comenzamos nuestro proyecto de construir el bar de nuestra casa. Ya en el pasado construimos la mesa del comedor y nos sorprendió gratamente, no solo el resultado, sino el proceso.

Mi departamento es el de la pintura. Una vez Mr. JC ha terminado de cortar y armar el mueble, me pongo mi delantal y comienzo con la labor de entintar, pintar, lijar y detallar.

Así, disfruto de una meditación activa y productiva. Es entonces, cuando poco a poco, mientras más me entrego a lo que estoy haciendo, comienzan a llegar ideas, inspiración, conexión con mi propio ser que se divierte en mis adentros al estar enfocado en el presente.

Y llega la inspiración...

Aprendo que si cometo un error en la pintura, no tengo de otra más que capitalizarlo. No hay vuelta atrás, no hay forma de regresar el tiempo ni de corregirlo con una goma de borrar.

Descubrí que la diferencia de las maderas afecta mi proceso de pintura, que nada es parecido a la experiencia anterior y que cada experiencia por similar que pareciera tiene algo nuevo qué decir.

Entiendo que lo que pareciera ser una imperfección en la madera, no es más que una expresión de su autenticidad, ello la hace única.

Aprendo que de los errores pueden salir cosas hermosas, puedo explorar nuevas técnicas y nuevo acabados. Que si no fuera por ese error que cometí, por ese manchón que se me escapó o el aro de la lata de pintura marcado en la madera, no habría podido descubrir nuevas formas a crear.

Convierto los manchones en textura y el aro en un mandala que resalto con otro color. No escondo las imperfecciones, las capitalizo. Para ello, debo estar presente.

Entiendo que la paciencia siempre será el mejor aliado de todo proyecto en la vida. Que querer correr hacia la meta no es más que acelerar un proceso que bien puede resultar más divertido y gratificante que la meta en sí.

Reafirmo que no vale la pena ninguna meta si el proceso no va a ser divertido o de concienzudo aprendizaje. Andar con los ojos cerrados por el camino de la vida, esperando que todo pase rápido para entonces poder disfrutar de los resultados, no es más que perderme de la vida en el camino.

Hago conciencia de mi misma, de mis propias limitaciones y de todo lo que me falta por aprender. Explorar cosas nuevas son la sal y pimienta de la vida, buscar placer en los procesos es el mismo y puro arte de vivir.

Permito que mis pensamientos lleguen, pero así mismo los dejo fluir. Reviso mi respiración y la sincronizo con cada brochazo, permitiendo así que mi mente se mantenga atenta del presente, del momento, del ahora.

Fluyo.

Así dejo que la inspiración llegue a manera de susurros. Así aprendo a diferenciar la voz de mi mente y la de mi Yo superior. Así me conecto con mi flujo de energía, con cada uno de mis movimientos, con mi visión aguda y la precisión de cada trazo.

Entonces descubro que no se trata de la madera, ni de la actividad que escoja para meditar. Así descubro que si aplico esa intención, ese foco y desapego de los pensamientos compulsivos, en todo lo que hago, disfruto el proceso de vivir.

Todo es amor.