Después de la tormenta

Foto: Susana Betancourt

Con el inicio de temporada, Juanca construyó nuestro nuevo huerto. Un huerto que aplicaba todas las enseñanzas del huerto anterior: NO camas nivel piso, NO más plantas de las que puedas cuidar, NO subestimes la importancia de "mucho sol" cuando se trata de fruta.

Cabe mencionar que llevo intentando cosechas exitosas por años. Sí, señores, AÑOS. Ahora, tengo cosechas muy buenas de arúgula y chiles pero el resto, aún, es un laboratorio.

Cuando trabajas en un jardín, las metáforas no demoran en llegar.

Es en esas metáforas que encuentro profundas reflexiones que me llevan a entender –¿recordar?– todo aquello que mi alma intenta expresar y mi humana experiencia no se lo permite a veces. 

El nuevo espacio que escogimos para el huerto, es el mejor. Cabe contar que fue el primer espacio que pensamos cuando nos cambiamos a vivir a Casa de Orquídea –nuestra casa– pero como uno es necio... lo pusimos en otro lado y resultó un fracaso.

Huerto de Annie 1 - Annie 0

Se me murieron hasta las hierbas que nacían sin ser requeridas, lo juro!! maté todas y cada una de las plantas del anterior huerto. Por eso, regresamos al plan original.

Con el huerto en un spot feliz, saqué mi empolvada caja de semillas y sembré sin miedo. Mi coco eran las semillas, se me morían todas –bueno, eso no ha cambiado– solo que ya no son mi coco.

Sembré albahaca, cilantro y lechugas. Las plantitas iban creciendo increíble, presagio de cosecha abundante y de repente ¡cuaz! un aguacerazo de esos bíblicos.

Al otro día, lo primero que hice al levantarme fue ir al huerto sabiendo que algún desastre iba a encontrar. Curioso que siendo agua, le pueda hacer tanto daño a las plantas ¿quién lo pensaría?

En efecto, el agua había caído tan fuerte que mató absolutamente TODAS mi plantas bebés. Las plantas más maduras estaban aporreadas, pero las albahacas y cilantros estaban aplastadas. 

Acepto que esa lección fue repetida de hace un año por no proteger mis plantas bebés. Creo que esta vez ya me quedó claro.

Comprenderás el dolor que se puede sentir de ver todo tu esfuerzo aplastado. Respiré profundo y procuré aplicar lo que tanto predico: deja ir, no te aferres, todo es perfecto.

Mi voz interna cuestionadora no paraba de parlotear ¿todo es perfecto? ¿really?

Cuesta trabajo aceptar algunas situaciones ¿no? es como si resistiéndonos, muy en el fondo, tratáramos de experimentar todo lo contrario. No exagero, me tuve que sentar para digerir que todo mi trabajo de un par de meses había sido destruido por un aguacero y que, además, era una lección ya recibida en el pasado. Eso era lo que más dolía. 

Ooooooom

La vida obra de extrañas maneras, extrañas, extrañas... Nos pasa que cuando creamos algo lo llenamos de expectativas, de imágenes que nos hablan del resultado exacto que deseamos.

No vemos la gran imagen, esa que a cada rato nos dicen que descubramos, pero nada, somos necios. Nos seguimos enfocando en el árbol del frente y nos perdemos de un gran bosque de posibilidades.

Las expectativas nos sabotean el gozo por el resultado obtenido, sin importar el que sea. AlasdeOrquidea

Por ejemplo, algo que reflexioné tras perder el 40% de mi jardín fue que no me cae nada mal volver a sembrar semillas desde ceros, después de todo, estoy aprendiendo y la ley de la repetición es la mejor para lograr la maestría.

Cada pérdida es una oportunidad de aplicar conocimientos y probarte si aprendiste bien o si quedaron agujeros. 

Nuestra diminuta mente ve solo la pérdida, pero no ve el potencial en una pérdida. No importa la pérdida que sea.

Eso sí, siempre compasión por  nosotros mismos pues esa diminuta mente de la que hablo, así funciona y eso es otra cosa que tenemos que aceptar.

Es desde la mente que nos frustramos, es desde la mente que nos enojamos, es desde la mente, también, que calificamos como fracaso a un resultado diferente de lo que queríamos.

Tener compasión por mi es saber todo eso, saber que es lógico que me sienta frustrada porque llevo dos meses poniendo amor, cuidados y –muy importante– expectativas en mi siembra. Pero que tenga la capacidad de dejar fluir las emociones y luego aceptar. Así practicar hasta que no me genere ninguna emoción un resultado diferente al que esperaba. O mejor aún, no esperar ningún resultado en específico y observar lo que sucede.

En mi mente imaginé los grandes cilantros ¡por fin! le había ganado la batalla al cilantro. Triunfadora yo sobre el mundo del cilantro, una tromba acabó con mis ímpetus de conquistadora, creo que las hadas tuvieron una buena carcajada al ver mi frustración.

¿Qué aprendí? Primero, que no hay batalla ganada garantizada (menos con la naturaleza) y segundo que todo ¡que tenía que poner techitos sobre mis plantas! Juanca, por supuesto, al rescate.

Ese aguacero me puso a trabajar la compasión conmigo, me recordó que no se siembra en tierra abonada con expectativas.

Se siembra, punto. Se da lo mejor de sí, punto. Se cosecha, lo que se haya de cosechar sin cuestionamientos que impidan el gozo de lo que ES. 

Esta vida se trata del proceso de la siembra, de la gestión de las creaciones. Al final del día, comerte una ensalada te toma 20 minutos, pero crecerla te toma más de dos meses. 

Con todo mi amor,

Anna Bolena