Atentamente: el miedo

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Yo le debo mucho al miedo. Le debo mi evolución espiritual, le debo mi camino, le debo mi despertar.

Se estarán preguntando “¿ahora qué mosca le picó?”

Estamos llenos de teoría, pero no sabemos qué hacer con ella. Escuchamos por todos lados que no hay que tener miedo. ¿Pero miedo a qué?

El miedo es el oxígeno del ego. El miedo se manifiesta no hacia algo en específico, aunque así pareciera. Tú puedes pensar que le tienes miedo a las alturas, en realidad a lo que le tienes miedo es a caer de ellas. Puedes jurar que te dan terror la arañas, a lo que le tienes miedo es a su ponzoña.

Esto puede sonar un poco tonto: “¡Obvio que si le tengo miedo a un perro a lo que en verdad le tengo miedo es a la mordida!”, sin embargo, cuando comenzamos a analizar el miedo, para entonces poder eliminarlo, hay que identificar claramente a lo que se le profesa dicha emoción.

Nuestro ego necesita del miedo para sobrevivir, es la única alarma con la que cuenta para jalarnos las orejas cuando nos ponemos en riesgo. El peligro puede ser cualquiera: desde cambiar de trabajo o terminar una relación, hasta morir.

El ego desea estar en una zona de confort y cuando amenazamos con sacarlo de ahí nos inyecta de miedo.

Tuve una experiencia hace muchos años, ya que me puso de cara frente al miedo: aventarme del bungee jump.

Cuando por fin me encontré parada frente a ese gran vacío de 30 metros, sentí mis piernas anularse, mis manos se aferraron a los barandales y mi lengua se hizo pesada.

Por dentro, yo me quería aventar, pero mi cuerpo se bloqueó de tal manera ante el miedo que no importaba lo que yo quisiera. La pelea fue bien reñida. Casi gana el miedo.

Eso es justamente lo que pasa cuando hay miedo: nos paralizamos. Por eso es que le debo mucho al miedo que soy capaz de crearme.

Cuando te encuentras frente a una decisión importante, siempre aparece empujándote a quedarte en donde estás; no importa si es la promesa de una vida más plena, de un amor verdadero o de la realización de tu carrera. El miedo prefiere no averiguarlo. Está bien en donde está.

Es el miedo el mejor maestro, porque cuando te encuentras experimentándolo conscientemente, comprendes que es tu opción sentirlo o no. Lo que te genera el miedo son tus pensamientos, tus imágenes fatalistas que el ego crea para convencerte de lo contrario de tus planes.

¿Y si quiebras? ¿Y si te vuelven a romper el corazón? ¿Y si te roban?  Atentamente, el ego.

Capitalizar el miedo y observar los pensamientos que llenan tu cabeza para persuadirte de no salir de la zona de confort, es la forma para combatirlos y llevarte a pensar en positivo.

Recuerda que lo que crees, creas. Si crees fielmente que volverte a enamorar es igual a salir con el corazón roto, prepárate para pegar pedazos una y otra vez.

No te permitas acampar en la zona de confort de tu ego. Tu vida perfecta, la plenitud a la que tienes derecho se encuentra cuando se pasa la barrera del miedo.

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