El revés de Aceptar es “Ratpeca”

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Procuro tomar todo lo que sucede en mi vida como una enseñanza. Me gusta profundizar e irme a la raíz de las cosas para que mi experiencia no pase en vano.

Una lección me ha mantenido atenta a mis pensamientos de juicio:

La muy reciente ley de matrimonio para los homosexuales en Estados Unidos ha desatado diferentes emociones, las cuales me jacto de respetar, sin embargo, el ego me juega malas pasadas y me encuentro señalando en silencio a quienes no piensan como yo.

Me doy un espacio para analizar mi sentir: ¿por qué me molesta que Sutana o Perencejo no estén de acuerdo con el matrimonio gay? Entonces me respondo: pues porque el matrimonio gay es evolución, es lo que sigue, la libertad para todos.

Nuevamente entra mi conciencia, ¿quieres libertad para todos, pero no das esa libertad, pues señalas a quienes no toman por verdad a tu verdad? ¡Vaya libertad que quieres!

¡Santos espíritus santos, Batman!

Me cae completamente el veinte —la conciencia— de que hasta los que creemos que estamos en el camino del bien, estamos tantito chuecos.

Descubro esa faceta de Anna Bolena que no quiero ser porque me avergüenza, sale a la luz el ego contra el cual lucho cada día para que merme su voz.

¿Cómo es que pido libertad si yo misma no la doy? Y no porque ataque a viva voz, eso jamás lo haría, hago algo peor: señalo en silencio.

Si yo deseo ser aceptada tal cual soy, tal cual pienso, tal cual siento, debo de comenzar por aceptar a los demás tal cual son, piensan y sienten, y dar de regreso el mismo sentimiento que deseo cuando quiero ser aceptada.

Ahí entra, nuevamente, la compasión. Todos los caminos conducen a Roma y a la compasión. Si tratamos a todos los que nos rodean con este sentimiento dormido en nuestro sistema, comenzaremos a ver la luz.

Puede que al principio cueste trabajo, pero por algo que quieres, haces todo lo que está en tus manos, así te transformas.

No habría guerras por diferencia de conceptos, no habría hambre, no habría violencia, porque todos estaríamos conectados desde el “uno mismo” que somos y no nos haríamos lo que no nos hacemos a nosotros mismos.

“No le hagas al prójimo lo que no quieres que te hagan a ti” ¿Alguna campana sonando?

Entonces, vamos al cliché de los clichés: para aceptar hay que aceptarnos primero. ¿Cómo es eso? ¡Obvio que me acepto!

Perdón contradigo a tu ego. Son muy pocos los seres iluminados que se aceptan de verdad. Nosotros, mortales buscando iluminarnos aunque sea por las orillitas, tenemos un ego que no nos deja en paz, ese mismo que comienza a parlotear cuando alguien no piensa igual.

Cuando a conciencia aceptamos que todos somos uno, que todos venimos de una misma energía, de una misma fuente, entonces estaremos aceptando al prójimo, y así será más fácil aceptarnos a nosotros mismos.

Así llega sola la conclusión de que las cosas son al revés de lo que los clichés nos han hecho creer: no es a medida que me acepto que acepto a los demás, sino: a medida que acepto a los demás, voy aceptándome a mí mismo.

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