Ella

Comienza una carrera arrebatada, miles de participantes avanzan desaforados, a empujones intentando derribar al rival de al lado, luego al de adelante, luchando por ubicarse en la fila de los campeones. En esta carrera solo gana uno, a veces dos, rara vez tres y el premio de consolación para los perdedores es la desaparición completa del panorama. Uno de ellos fue acobardado por el cansancio, intentaba desplegar sus dotes de rapidez pero lo único que alcanzaba era la punta final de una fila interminable de acelerados competidores que le cerraban el paso. Tuvo un momento de vacilación, pensó en simplemente dejarse morir y aceptar la idea que en este viaje hubo competidores más audaces y fuertes que él. Pero lo que significaba llegar a la meta triunfante, era un sentimiento que no quería dejar pasar, de eso dependía su vida, su transcendencia, sentirse aceptado tal y como era, sin importar su belleza física, sería grande, vería la luz.

A lo lejos logró ver la empecinada multitud rompiendo contra corrientes que arrasaban con fuerza a los más débiles arrancándoles la vida de un tajo. Pensó que no sería buena idea avanzar por ese camino pues los desfallecidos se deslizaban por toboganes en contra que amenazaban su camino. Rodeó por encima, nadó con fuerza, apretó lo que podrá llegar a ser su corazón y de un momento a otro, al abrir sus ojos, había dejado atrás la carrera. Sollozó una risa habiendo burlado a sus contrincantes. Al tomar camino de nuevo se encontró con su meta, un gran huevo rosado que palpitaba esponjoso y flotante, esperando por él. La carrera no había terminado, lo más difícil comenzaba, cavar para entrar y guarecer su vida dentro de este gigante hogar. No sabía cómo empezar, pero debía ingeniárselas pronto pues los nadadores se acercaban cada vez más, su rapidez era inaudita y al haber divisado a un posible ganador avanzaban furibundos luchando por subsistir. Se abalanzó contra el huevo, hurgando y cavando con todas sus fuerzas, empujando con el alma entera para lograr solo pequeños e insignificantes avances. Vio la multitud venir hacia él, canibalizar su sagrado hogar, arremeter contra el templo de sus sueños, buscó otro punto más blando y cavó con fuerza, este pedazo se abría con facilidad, observó a sus lados y no divisó a nadie con más avance que el mismo, decidido empujó con fuerza, temiendo hacerle daño pero sabiendo que sería la única oportunidad para vivir, logró meter la cabeza y deleitarse con la calidez de una cómoda morada, pero su cuerpo seguía atrapado por la masa gigante. No se encontró con más cabezas dentro, esa era una magnífica noticia, una vez entraba uno los demás se convertían en polvo. Con el cuerpo a medias tintas decidió tomar un descanso, de igual forma ya había ganado, pero se sentía exhausto, intentó un último tirón y con él se sintió liberado y por fin dentro de lo que sería su hogar por los próximos meses. Estaba entusiasmado, sabía lo que le esperaba, una hermosa transición de lo que era a lo que sería. Podría mirar el mundo exterior, sentirse amado por una mamá que lo daría todo, hasta su vida si fuera necesario. Aprendería tantas cosas nuevas, a lo mejor tendría un perro, ha oído que son fascinantes. Recordó todas las historias que había escuchado y por lo que la carrera era tan importante, una vez fuera de su primer hogar debían dar todo para llegar al “huevo”. Sintió sueño, se acomodó en el lugar que más tibieza le brindaba y descansó. Sus sentidos despertaron asustados, escuchó una voz a lo lejos, pero no entendía qué sucedía. “¿Alguno de los competidores habrá logrado entrar después de mi?” Se preguntó, ya tenía conocimiento de la posibilidad de compartir con alguien más su lecho de descanso. Buscó a su alrededor y no había nada, estaba solo. Escuchó de nuevo una dulce voz que lo llenó de alegría y esperanza, era la voz de un ángel, se sintió reconfortado y prestó atención para captar el sonido que lo conmovía hasta el centro de su ser. “Dios, ayuda a mi pequeño a crecer fuerte y sano, que sus manitas cuenten con cinco dedos cada una, sus pies también y su sonrisa sea parecida a la de su padre. Tráelo al mundo sin problemas, hazlo feliz a cada minuto de su vida, comenzando desde ahora. Dios Padre, te pido por mi hijo, te pido por mi y por la familia que estamos construyendo, llena de amor a mi pequeño y hazle sentir que su madre está aquí amándolo y esperándolo ansiosamente” Se quedó sin respiración, sin palpitaciones, era la voz de su madre, “¿Quién será Dios?” se preguntó, debía ser alguien bueno, pues su mamá le hablaba fervorosamente, entonces también recurrió al amigo de su madre y le pidió por su vida, por su mamá y por su papá, en quien había vivido durante mucho tiempo esperando tener la edad para salir al mundo y demostrar su fuerza. Los días pasaban y cada vez deseaba con más fuerzas salir al mundo y ver la cara de su madre, la portadora de aquella voz que lo calmaba y hacía sentir protegido, parte de algo y feliz. Un día al despertar su cuerpo había cambiado, ahora tenía unas pequeñas extremidades que podía mover, su fascinación llegaba al límite, no lo podía creer, cómo sería cuando llegara el momento de salir, qué más cosas le crecerían, que más sorpresas le esperaría con cada lapso de tiempo. Comenzó a flotar y a jugar con el escaso movimiento que tenían sus nuevas extremidades, eran transparentes y podía ver a través de ellas hilos muy delgados color rojo. “Tengo hambre” pensó, “tengo hambre de algo especial”. Su mamá se sentía calmada y quieta, creyó que probablemente estaba descansando, pero su ansiedad era infinita. “Qué haré, si mamá supiera que tengo hambre ya mismo estaría buscando algo de comer”. De pronto escuchó a lo lejos la voz de su padre decir: “¿Fresas con crema?, ¿a esta hora?” y a su madre responder: “Amor no sé qué pasa, creo que es mi primer antojo”. Oyó salir a papá en busca de comida para él. El sueño lo fundió, la espera lo agotó, papá se tardaba más de lo que su cansancio resistía, cayó en un sueño profundo y macizo. El tiempo pasaba, su madre se percibía ansiosa. Ahora tenía una cara llena de nuevas cosas, tenía una pequeña nariz, unos ojos que todavía no podía utilizar y que le mataba la curiosidad por saber para qué le servirían, una boca que al abrirla sentía el calor entrando y saliendo, y una cuerda que lo conectaba desde su barriguita hasta algún punto de su madre que nunca logró definir. Sus pies comenzaron a formarse, descubrió que al meterse los dedos en la boca despertaba un placer inimaginable. Por las noches escuchaba a sus padres hablarle, decirle por un nombre que nunca entendió pero que asumió sería su etiqueta de por vida, le gustaba cómo sonaba, le gustaba el amor con el que sus padres lo pronunciaban. Descubrió, por relación, la hora en la que mamá estaba a punto de dormirse, pues poco antes escuchaba un buen rato de música agradable que lo dejaba soñoliento y relajado. Cada vez era más grande y el espacio se comenzaba a volver insuficiente, tenía que abrirse paso con sus extremidades para estirar su cuerpo ahora regordete y enroscado. Un día amaneció con las piernas adoloridas, pensó que ya se acercaba el momento para salir de allí, la cuerda que antes resultaba simpática ahora le estorbaba e intentando moverla de lugar lanzó una patada y con ella se escuchó un fuerte grito de dolor. Había lastimado a su mamá, no se lo perdonaba, pensó que ya no lo querría más por haberla hecho llorar, intentó durante los días no volverse a mover bruscamente pero era necesario para desestresar sus extremidades. Algunas veces el movimiento venía seguido de un calor localizado que se transmitía desde afuera y se reflejaba adentro, y voces ajenas y nuevas que gritaban “¡está pateando!”. Así que comenzaba a moverse suavemente como respuesta a las fiestas externas. Una mañana como cualquier otra sintió un fuerte ajetreo. Mamá hacía mucho ruido y se quejaba por momentos. Percibió la lejana voz de su madre pidiendo a su amigo de nuevo: “Señor ayuda a mi bebé a encaminarse, a salir libre de ataduras, a abrir los ojos a la vida saludablemente, ayuda a mi niña a nacer a este mundo sin peligros, sin problemas. Gracias Dios por este regalo que me estás dando, gracias Dios por permitir a mi cuerpo ser hogar para mi pequeña, gracias Dios por traerla a mis brazos, no puedo esperar más.” ¿Niña? Se preguntó, qué es una niña, ¿yo soy una niña? ¿Y ya voy a nacer? Manifestó su alegría estirándose por última vez, solo que esta vez lo hizo con cuidado, con precaución de no causar más molestias a su agotada madre. El cuerpo de mamá se contrajo fuertemente, obligándola a encaminar su cabeza hacía un hueco que comenzaba su expansión, cada vez era más grande y el espacio se hacía más pequeño obligándola a empujar. Recordó cuando llegó al huevo, parece que había sido ayer, y de la misma manera debía luchar ahora por salir de un hogar que carecía de espacio. Se sorprendió al sentir que la tomaban por la cabeza y la extraían por otro lugar que no era el que tenía en mente, sintió un frío intenso, todo daba vueltas y necesitaba inhalar por su nariz, descubrió la función de esa pieza que no lograba descifrar. Botó el aire a manera de protesta, quería estar con su mamá, la abordaban con trapos tibios limpiando todo su cuerpo, la acostaron sobre un material helado que la hacía reprochar con fuerza, era su manera de llamar a mamá. Una suave cobija la envolvió quedando inmóvil pero caliente y escuchó de cerca la voz de su madre sollozar cuánto la amaba, besar su cara, acariciar su pelo. Sintió de cerca el palpitar del corazón de esa mujer que ¡también era una niña!, se identificó con ella, con su candor, con su delicioso olor. Ahora soy una mujer adulta y aunque es mi imaginación la que me permite llegar hasta el momento de mi concepción quiero dar gracias a mi madre, unas gracias que jamás le había dado, por traerme a este mundo del que me quejo diariamente, por hacerme comer las verduras que me prevendrían de enfermedades, por cada caricia, por cada beso, por cada noche en vela cuidando una enfermedad que para mí parecía terminal. Por los regaños, por las sonrisas, por mantenerse despierta esperando a que llegara en la madrugada. Por respetar mis decisiones en contra de su ideología, por aceptarme tal y como soy, con mis arranques, con mis arrebatos, con mis indecisiones. Gracias a Ella por ese infinito e inexplicable amor que se convierte en la única y poderosa razón que la mantiene sin arrepentimientos por dejar su vida a un lado y dedicarla a mí. A Ella, que sin pedir nada a cambio entrega todo por verme feliz.