Rutas de estupidez momentánea

Soy fiel creyente de que todo es perfectible, reemplazable y discutible. Al ser perfectible, a cada momento tenemos que buscar formas de ser mejores, de alcanzar cosas más altas, no por el prurito del éxito, sino por demostrarnos a nosotros mismos que cuando se toma una decisión desde el forro del alma, se puede lograr. Proponernos cosas en la vida es lo que nos hace despertarnos cada día, es justo el momento de la gestación de un sueño... estos sueños van cambiando, van adaptándose al día a día que la vida nos depara, pero cada sueño que tenemos surge de una primera necesidad por cumplir cosas que nos satisfagan cuando llegue ese futuro incierto que siempre queremos adivinar.Al ser reemplazable, las cosas se vuelven más sabrosas, porque tener la certeza de algo nos empuja a la aburrición; recuerdo de pequeña haber recibido una muñeca que pedí a Santa Claus, jugué con ella dos o tres semanas, se veía más bonita y más divertida en los comerciales... no entendía por qué razón esa niña de la tele se veía continuamente feliz y yo ya me había aburrido de ella... hasta del anuncio. Esa muñeca fue una de las tantas que reemplazaba cada navidad, cumpleaños y día del niño; esa sensación que provocaba abrir una muñeca nueva, el olor de su pelo, del plástico perfumado a bebé artificial que nos forjaba los primeros indicios de un sueño: algún día ser mamá. No nos damos cuenta que cuando llega el final de la meta, nos deja más el camino que la conquista; en el camino aprendemos tantas cosas, soñamos y disfrutamos de las sorpresas que trae ese canal hacia el objetivo, es más divertido caminar que llegar. Entonces después de ese final se gesta una nueva carrera que algún día culminará para ser relevada por otra. Y discutible porque detrás de cada verdad absoluta hay un gigante EGO que nos hace creer que así es pero... en realidad nunca lo sabremos con certeza. Así que en este tenor de situaciones, con los aprendizajes que la vida me ha dejado en esta aventura de casi 30 años, ayer entendí el significado más cercano a lo que la madurez (o lo que entendemos por ella) dictaría, y es que me declaro una apasionada de crecer. Un pequeño error que se volvió gigante como bola de nieve, pasó por encima de mí, me aplastó, me mantuvo todo el día con una angustia clavada en el estómago y girando en esa bola que no paraba de bajar. En el camino arrastre algunas cosas y al final del día yo estaba mareada de dar vueltas, deseaba bajar de mi ruleta, regresar a la cordura y descansar. Este error golpeaba lo que más amo en mi vida, lo que hoy por hoy me hace ser quien soy, de lo que me siento orgullosa y sobre todo mi gran pasión: mi profesión. Sentí que por descuido y distracción lo cometí, me fustigué de más por estar papaloteando y dejar pasar algo tan básico y garrafal como un HORROR de ortografía en el título de mi columna. Ahora que mi columna de ayer, seguramente, está siendo utilizada para limpiar la pipí de algunas mascotas (porque en eso terminan hasta las mejores notas periodísticas), retomo la conciencia y capitalizo lo que sucedió: duele menos, agota menos saber que hasta en las más pequeñas cosas podemos encontrar conocimiento. Que nada es casualidad sino causalidad de los tejemanejes del destino, que incluso los errores más crasos son los que enrutan, poco o mucho, el camino que por designio recorreremos cada uno. Solemos pensar que los errores nos desvían del camino, solemos verlo como consecuencia de estupidez momentánea, pero se necesitan momentos de estupidez momentánea para que el mismo destino se vaya dando. Así que aprendí eso, más que a buscar palabras en el diccionario, a entender que cada error que uno comete busca que, además de aprender, se abran rutas que de otra manera no se habrían vislumbrado.