Duende mágico

Blog_GarciaMarquezSiempre que conozco a alguien, sea su paso largo o corto por mi vida, me pregunto cuál fue el fin de su visita por mi camino.

La vida me ha abierto las puertas para conocer a personas maravillosas. Uno de ellos, sin duda uno de los más especiales por el significado que alberga en mi alma, fue Gabo.

Cuando alguien del peso de Gabo inicia su viaje hacia otra dimensión, muchos se cuelgan (¿nos colgamos?) moños que probablemente no nos corresponden, pero desde lo más profundo de mi corazón confieso que esto no es un moño, sino un genuino sentimiento que se gestó el día que lo vi por primera vez.

Mi padre, cineasta mexicano, conoció a Gabo en las épocas del cine en blanco y negro (o sea hace un titipuchal de años, como diría mi tía Betty), el compartir sus medios profesionales los llevó a tener una maravillosa amistad, un tanto iniciada gracias a Luis Alcoriza (mi abuelo adoptivo). Gracias a ello, mi padre llevó al cine mexicano un cuento de Gabo: "Presagio" que, valga resaltar, es una de las joyas del cine mexicano y que  Alcoriza adaptó para cine y dirigió de manera magistral.

Después de muchos, muchos, muchos años de amistad y momentos  que por medio de historias, tanto de mi padre como de Alcoriza, como de Gabo, pude conocer, por fin se me hizo mi sueño realidad de conocer a ese hombre que no solo conocía por ser un maestro de la literatura sino por ser esa persona que toma carácter de humano cuando es tan cercana a tu mundo.

Fue una mañana, también hace un titipuchal de años, cuando en Sanborns de Pedregal, mi padre me llevó a desayunar con el tío Gabo (cómo él quería que le dijera pero por alguna extraña razón nunca me atreví a llamarlo así, para mi siempre fue Gabo). Pidió una papaya que comió despacio y que se le cayó un pedazo generando en mi una ternura indescriptible. Fue hablando con este hombre maravilloso que no pude evitar que mis ojos se encharcaran de emoción.

En automático, las personas de alrededor, corrieron a comprar sus libros allí mismo para que Gabo los firmara, entonces, una larga fila de gente se hizo en nuestra mesa, a quienes Gabo les sonrió amablemente y les firmó sus obras con paciencia. Ese día, decidí que yo quería ser como él, tocar los corazones de las personas por medio de las letras.

Yo no me quedé atrás, también llevé a dicho desayuno una primera edición de "Cien Años de Soledad" que mi padre me regaló y que Gabo me firmó ese día: "Una flor para Anna Bolena, la de a devis, de su tío Gabo", ese libro lo guardo en una bolsa de papel estraza para protegerlo; es uno de mis más preciados tesoros.

Previo a eso, años antes de que Alcoriza iniciara su viaje a otra dimensión, me regaló una computadora MAC con impresora y todo, que Gabo le había regalado a él y en la que Gabo escribió algunas de sus obras. No hubo recuerdos fieles de Gabo ni de Alcoriza de cuáles exactamente, pero sin duda, esa computadora tuvo el honor de albergar sus letras.

La vida volvió a llevar por caminos distintos a mi padre y a Gabo, por lo que verse era complejo, sin embargo, mi madre entró al camino de Gabo por medio de su labor en la Embajada de Colombia, y por ello nuestras vidas se volvieron a unir en su soñado estudio de su casa en la calle de Fuego.

Allí llegué, nuevamente nerviosa por ver a ese hombre que no se me terminaba de convertir en humano, para mi siempre fue un duende, un duende que nos engañó, como nos engañan muchos seres de luz que vienen a esta dimensión a regalarnos su luz, y nos aportan tantísimo en la vida por medio de su sensibilidad; un duende más como Alcoriza, como mi padre y como otros duendes que no voy a ventanear hoy.

Ese día llegué con mis neonatas inquietudes de comenzar a escribir en serio. Mi columna en el periódico Excelsior no existía y le faltaba años para eso, mi experiencia en la literatura no pasaba de unos cuantos cuentos escritos sin ningún tipo de técnica, pero mi alma gritaba por comunicarse y mi admiración por él me llevó a sentarme a su lado y confesarle "quiero ser escritora".

Su respuesta, con el fin de hacerme reír, pero la cual nunca imaginó se quedaría tatuada en mi memoria: "¿Para qué quieres dedicarte a escribir, mija, es que te quieres morir de hambre?" a lo que respondí: "Sí, me quiero morir de hambre como tú te mueres de hambre" y así después de varias risas y confesiones por ambas partes, comencé una de las tardes más bellas de mi vida: contarle a Gabo sobre Clumatha, mi primer novela publicada , en la que la trayectoria de este duende-humano me inspiró.

Me dio muchos consejos pero solo compartiré, al pie de la letra, el más importante, el que, hasta el día de hoy, aplico con disciplina: "No corrijas tanto porque de tanto corregirte, te darás cuenta que empiezas con una obra y terminas con otra. Confía en el instinto de tus dedos al golpear las teclas".

Y así, comencé mi carrera de escritora. Siguiendo sus consejos de tener paciencia, de prepararme para estar con mis letras mucho tiempo debajo del brazo, pero de disfrutar al máximo el viaje del escritor, del artista, que sin duda es uno de los viajes más apasionantes, motivantes y sorpendentes que un ser que llega a esta dimensión puede vivir.

Regresé a su estudio pocos meses después. Ese día me mostró un librero, justo a la entrada de su estudio, a mano derecha, en el que tiene todas sus obras traducidas en diferentes idiomas. "Cien años de Soledad" en tantos idiomas que no recuerdo la cifra y ahí nació uno de mis nobles sueños: lograr eso. No que me traduzcan a un millón de idiomas necesariamente, sino llegar a los corazones de la gente de tal forma que incluso seres de otros países lejanos quieran conocer lo que el instinto de mis dedos contra las teclas, cuentan.

Ese mismo día llegué con mi computadora, heredada en vida por Alcoriza, para mostrársela a Gabo, quien no podía creer que esa computadora todavía existiera y quien accedió a firmarla para mi. Otro de mis grandes tesoros.

Y la última vez que lo vi, la última vez que pude estar cerca de él, fue en una parranda vallenata que organizó mi mamá en su casa, en la que Fonseca y el Tati nos cantaron y tocaron vallenatos  que pusieron a nuestro Gabo a aplaudir, a cerrar los ojos y cantar, al ritmo de unos whiskeys, con su esposa Mercedes, su hijo Gonzalo, sus nietos y mi familia.

Ese día aprendí a escribir sin pensarlo mucho antes, el nombre de Shakespeare "¿Ya leíste Sueño de una noche de Verano de Shakespeare o Chaquespeare (como lo pronunció un poco en broma, un poco honrando su adorado castellano)? Ahí hay mucho de esos seres féricos que tanto buscas". Gracias a ese libro conocí tanto de ese mundo que me ayudó a aterrizar en mi personal mundo de Clumatha.

Nos despedimos con un fuerte abrazo, después de haber brindado muchas veces, tantas que los whiskeys se nos subieron a la cabeza. Ese fuerte abrazo, fue el último que le di.

La vida me llevó por otro rumbo, en el que solo sabía de él por lecturas, por sus letras, y por mis padres.

Ahora el duende regresa a esa dimensión en donde algún día lo encontraré, en donde mis Clumathas existen, en donde Mab es la reina y los Buendía caminan por las calles.

Allí, en esa dimensión nos veremos... a lo mejor un Agosto.

AlasdeOrquidea