Lo que la muerte me dejó

La muerte ha sido bondadosa conmigo. Eso sí, toda la vida, desde muy pequeña le tuve miedo porque eso implicaba perder a quienes más amaba.

Desde pequeña la entendí cuando murió un abuelo, que en realidad era uno de los mejores amigos de mi papá pero por su edad adulta y el amor que nos teníamos, fue un abuelo para mí.

Recuerdo que me llevaron a Arby´s en donde me pedí mi sandwich favorito y una malteada que me haría levitar por la noche. Yo no esperaba la noticia y ahí me la dieron: Luis murió.

Ese fue mi primer contacto. Ahí pude sentir el dolor de mis papás porque su amigo se había ido, porque su amiga se quedaba grande, sola y viuda, porque ya no veríamos a Luis en Cuernavaca los sábados religiosamente.

Ahi vi como todo cambió. La muerte trae cambio inevitable.

A la vez, la muerte trae poesía.

Mis siguientes encuentros con la muerte fueron principalmente de mis perras y perros. Toda la vida he estado acompañada por perros y por eso he tenido que despedir a varios.

Varias veces he tenido que tomar la difícil decisión de dormirles, otras he estado ahí para su muerte en mis brazos, otras les he encontrado muertos. Las he vivido de todas maneras, con perros, tortugas, cuyos y hasta un pobre pez que no duró ni dos días.

Luego comenzaron a llegar las muertes de los abuelos, los tíos, conocidos de la vida, compañeras de colegio… en fin, conforme más avanzas más te enfocas en la muerte y por ende está más presente, como cuando buscas peyote, que una vez ves el primero, entonces todos se dejan ver.

Los abuelos, por ejemplo, muertes dolorosas pero para las que el corazón, de alguna manera, está preparado, sabemos que es la naturaleza y de hecho no te gustaría darles el dolor de que fuera al revés, porque así no se supone que es.

Por eso la poesía, porque la vida es sabia y nos va mostrando el camino hacia la muerte, así nos falte mucho o poco, vamos respirando lo que la muerte significa, lo que la muerte trae, y el hecho que se puede morir muchas veces en una sola vida. No hay forma de renacer sino se muere.

Y he entendido que mi corazón se acopla, que el corazón adolorido de quien entrega sus seres amados a la muerte, se sana cuando atiende a esa poesía escondida detrás de lo que nuestros ojos ven como una pérdida.

La poesía es la medicina de esa muerte. Para recibir la medicina hay que pasar el trago amargo, permitirle que baje por tu garganta, que atraviese el puente al estómago en donde puede que te haga vomitar, pero una vez sale por tu raíz… entonces te muestra.

¿Cuál es la medicina de la partida de esta persona? ¿Qué regalos me deja s partida? ¿En qué me puedo enfocar que mitigue el dolor de mi corazón?

Ninguna de estas enseñanzas han sido fáciles. He visto la muerte del Deber Ser y aprendido a mitigar la culpa que se siente cuando se guarda honor a las creencias del pasado. Me he muerto una y otra vez a quien soy para renacer en algo que aún no estoy muy segura lo que es, pero que se siente bien, se siente ligero, se siente dulce.

La muerte no es una maestra amable si no cambiamos nuestra manera de percibirla, de temerle, de señalarla por arruinar nuestra vida o quitarnos lo único o lo que más amamos.

Ella siempre me deja el recuerdo de que somos un ratito, que sucedemos en el chasquido del par de dedos cósmicos que manejan este tiempo incierto y a la vez lleno de significado. Ella me obliga cada día a recordar que solo es HOY, que mañana ya veremos, que lo que quieras sentir, búscalo sentir HOY y si te quieres llenar de eso ¡Llénate! Solo importa hoy.

Una de mis frases favoritas para cerrar y que ha sido maestra en esto de encontrar la MIEL en el día de HOY, me la encontré caminando por Austin, Texas en 2019, poco tiempo antes de que se fuera una pata de la mesa de mi pareja: su madre.

Bonita Vida Hoy,

Annie