El monstruo defeño
Ayer fue un día de esos que cuando acaban no sabes si fue malo o no del todo. Siempre me ha gustado pensar que las cosas pueden fallar escalonadamente, eso hace que cada problema soliviante cualquier amargura exagerada. Cada día que pasa, esta ciudad se hace más dificil de vivir. Comenzando desde las 8 de la mañana, horario en el que doy inicio a mi jornada diaria y que busco un poco de tranquilidad y silencio para luchar contra los demonios que no me permiten dejar las cobijas. Es en ese momento cuando los cláxones del transporte público parecen ayudarme con mi trifulca interna obligándome a abandonar el colchón y a abordar la ducha en un estado, ya, de completo estrés. Como todo empleado en esta ciudad salgo a tomar las calles defeñas alrededor de las nueve de la mañana y me topo con cada una de esas personas que diariamente desperdician su vida dentro de un automovil.
Debemos hablar, pedir las cosas, que se nos conceda ser más libres y no estar atrapados dentro de cuatro paredes mientras el sol brilla esplendoroso, acomodar nuestros horarios para disfrutar de una buena comida diariamente, aprovechar las horas de trabajo, ser responsables, pero sobre todo exigir un poco de calidad de vida. Miremos a los europeos, sus jornadas laborales terminan a las 5 de la tarde, la comida y la siesta son irrefutables y los dos meses de vacaciones al año mantienen a un ser humano feliz con su vida. Una persona feliz es un empleado productivo, un jefe condescendiente es siempre un alto mando respetado, una empresa que coopera con la situación real de la ciudad, es una entidad consiente y una entidad consiente es única en México.