Mi verdad, mi experiencia, mi medicina.

Hoy es un día muy especial para mí: es el día en el que puedo hablar mi verdad, el día en el que yo misma construí valientemente para poderme expresar y romper el silencio de casi 20 años, todo por el miedo.

Crecí en una familia amorosa, tanto, que aprendimos a no decirnos lo que nos dolía para cuidar el corazón del otro. Nos hemos tragado lo que no está escrito con tal de no dañarnos, todo desde el amor y desde la absoluta ignorancia ante lo importante que es hablar nuestra verdad, en especial con las personas que tenemos relaciones significativas y profundas.

Es curioso, y no deja de sorprenderme, lo adecuado que es el universo cuando nos encontramos en un proceso de vida. Todas las lecturas, mensajes, encabezados de artículos, me llevaban a recibir el mismo mensaje: habla tu verdad.

En uno de estos leí que cuando callamos cosas importantes a nuestros seres amados por miedo a lastimarlos, rompemos, de alguna manera, la relación. Cuando nos guardamos secretos nos distanciamos porque, inconscientemente, las verdades ocultas se van volviendo insostenibles. Es mejor no mirar a esa persona a los ojos, no vaya y se nos note ese gran secreto.

Así he vivido desde mis 17 años, cuando sufrí un abuso y decidí callarlo por miedo a que a mi papá le diera un infarto o se fuera a buscar al tipo y lo matara con sus propias manos.  Callé por ese miedo que tengo desde que tengo uso de razón: el miedo a que mi papá se muera.

Mi padre sufre del corazón, me concibió a los 42 años, ha tenido tres infartos y fue operado de su corazoncito cuando yo tenía 12 años.  Hoy es un Roble, siempre lo ha sido, solo que nosotras no supimos verlo.

Mi madre siempre tuvo miedo a que mi papito no estuviera a nuestro lado y sin quererlo me transmitió ese miedo.

Así crecí: con pánico de matar a mi papá. Y eso se ha reflejado en todas las facetas de mi vida, callar esa verdad me ha hecho desde menos flexible en mi cuerpo como en mi mente. No podemos olvidar que todo, absolutamente todo, se refleja en nuestras diferentes dimensiones, por eso las enfermedades, por eso las dolencias, porque nos guardamos secretos, dolores, rencores, odios…

Mi madre, guerrera valiente, decidió cargar conmigo este gran secreto, ambas con el único propósito de proteger a mi padre.

Por supuesto no di parte a las autoridades de ese abuso, que sucedió en dos segundos mientras yo veía el amanecer en las playas de Acapulco. Desde ese preciso momento decidí que eso no me afectaría y que yo era mucho más fuerte que ese suceso.  Lo supo la gente de mi más entera confianza y a todos les advertía lo mismo: mi padre no lo sabe. Creo que en últimas fechas, cuando compartía mi vivencia con alguien, comenzaba el relato con: esto no lo sabe mi padre.

Todo aunado a que debía ser lo suficientemente caradura para que mi padre, mi héroe, mi sabio, no me leyera en los ojos lo que había sucedido.

Pienso en tantas mujeres que hemos callado por miedo, diferentes miedos, cada una el suyo propio según sus experiencias. No soy yo la única, seguro, y en temas de abuso tenemos tanto miedo a expresarlo que preferimos tragarlo y hacernos creer a nosotras mismas que el tiempo lo cura todo. No es así.

Es responsabilidad de cada una de nosotras sanar los abusos. Ni el tiempo, ni ignorar que sucedió, lo cura, eso más bien lo encarna y después, eventualmente, lo tendrás que sacar de ahí con cuchillo y sin anestesia.

Estos 36 años me llegaron empujando a la verdad fuera de mí, con revelaciones y mensajes que no podía ignorar.  Limpiando y haciendo coherencia en mi camino y en mi búsqueda por la autenticidad en mi voz, como persona, como mujer, como escritora, como terapeuta.

No me daba cuenta de que mi voz necesitaba una dosis de verdad, esa verdad con la que juré que me iría a la tumba. Curioso, mi libertad se encontraba al alcance de mis palabras.

Aún así, considerar hablar con mi padre ha sido el proceso más doloroso que recuerdo en mi vida adulta.

Han sido días de pensar qué palabras usar, de batallar con el miedo de matarlo con mis palabras, de darme cuenta de que esos no eran mis miedos y que con amor los devuelvo a mi madre para que ella también los sane.

Han sido días de escuchar mi luz y mi sombra y toda mi gama de grises. Días en los que despertaba a media noche y sentía ese pinchazo en la barriga, ese miedo encarnado con el que crecí y que ahora, por fin, he liberado.

19 años después, una larga caminata por la playa fue mi preparación para “El Suceso”, mientras mi padre, a mi lado, me contaba cosas de las que no me acuerdo porque no estaba poniendo atención: en mi mente ensayaba todas las formas posibles de decir lo que mi garganta ya no podía sostener.

No había forma, no había palabras, no había semántica ni sintaxis que tejieran las frases sin que se convirtieran en dagas para el corazón de mi papá. Juré que no lloraría, que mantendría el temple; quise, una vez más, guardar mis sentimientos para no lastimar a mi padre, pero fue inevitable.

Las lágrimas comenzaron a rodar en el momento en que nos sentamos en una mesa, en el mismo lugar en donde me casé con los Espíritus Mayas por testigos, acompañándome una vez más en otra transformación en mi vida.

No alcanzamos ni a pedir de tomar cuando yo estaba vomitando mi verdad sin estructura, con el pánico de que la reacción de mi papá fuera justamente lo que temí tantos años: un infarto, un dolor tan profundo que lo matara y lo alejara de mi lado.

Nada de eso pasó. Mi padre, como siempre lo he sabido, es un roble, un guerrero, tal como mi madre. Soy hija de guerreros, de seres que guardan tantísimo amor en ese corazón hermoso que tienen que son capaces de cargar una piedra por toda su vida con tal de no lastimar a su amada hija.

Mi padre, con todo el dolor que experimentaba por conocer lo que a su Garbanzo le pasó hace casi 20 años, supo soportarme tal y como lo hubiera hecho en aquel entonces cuando yo misma le quité la oportunidad de participar en algo que me sucedió, por miedo a perderlo.

Fue tan bello que mi verdad inspiró a que mi padrea dejara salir también un par de verdades que, como yo, mantenía ocultas, verdades que también lo liberaron. Tras un abrazo, nos prometimos sin tener que decirlo, jamás volvernos a ocultar nada que debamos de saber.  

Mi gran aprendizaje de estos 20 años de proceso es que todos esos miedos que impiden a la verdad que salga, cualquiera que esta sea,  son creados por nosotros mismos, por nuestros reflejos y experiencias de pequeños. Hablar con la verdad no significa revelar tu intimidad, significa compartirla con aquellos a quienes les sirve, quienes puedes hacer algo con ella. Cuando permites que esas verdades salgan filtradas por el amor de tu corazón, la magia sucede.

La verdad sana, libera y permite a tu verdadero ser respirar. La verdad aligera, flexibiliza, sensibiliza y enciende al corazón. La verdad ama y sostiene, la verdad es tuya para hablarla porque es a través de ella que expresas tu esencia y tu experiencia.

De estos 20 años se desprenden tantas cosas sobre lo que hoy ya puedo hablar y no me da miedo y no me da pena y es mío para transformarlo en la luz más grande, para sacar de la sombra todo aquello que escondí con fuerza por años, algunas veces hasta de mi misma.

¡Ahó!

Hoy doy gracias a este espacio que he creado porque lo que se gestó siendo un espacio terapéutico para ayudar a los demás, hoy es el lienzo de mi propia sanación.

Gracias letras por ser el vehículo, gracias corazón por ser el escritor.

Anna Bolena ∞ AlasdeOrquidea