Sin saber qué decir

Me sucede en ciertas ocasiones que quisiera gritar y levantar la voz ante muchas circunstancias en las que me pone la vida. Hoy por ejemplo solo puedo ser feliz, solo puedo acoger en mi mente el dulce sabor de una buena noticia. En las horas de la tarde recibí una llamada de mi prima anunciando el embarazo de mi primo y su esposa. Todo esto me lleva a pensar que la vida trae cosas que nos estremecen cuando más lo necesitamos. Hace apenas unos días la familia contaba con un integrante menos, hoy tenemos un nuevo miembro del equipo, un equipo, que como en todas las familias lucha por la unidad, por eliminar el desprendimiento y alentar el sentimiento de amor fraternal.

Hace algunos pocos meses, el papá de mis primos falleció por fallas coronarias, es en sí el primer familiar que nos tocó velar dentro de la familia, después de mis abuelos a quienes yo no conocí. El dolor es terrible, imagino que muchos de los que me lean reconocerán ese inmortal sentimiento que marca el día exacto de su aparición. Perder a alguien querido es un golpe al egoísmo personal que atenta contra el bienestar propio. Todos pensamos e intentamos convencernos que después de esta vida material debe existir un camino espiritual no perecedero y eterno, como lo dice la biblia. Pero en realidad es que ese argumento tranquilino no nos ha convencido por completo y nos mantiene en la línea de la contrariedad cuando nos enfrentamos a estos ciclos obligatorios de vida. Queremos que nuestro ser querido, no importa cuánto esté sufriendo, permanezca a nuestro lado, nos rehusamos a dejarlo ir porque eso significaría el desprendimiento carnal del que tanto dependemos los seres humanos. Así fue, una triste despedida de nuestro querido tío Fabián. Para aquellas épocas, mi primo estaba buscando concebir un bebe con su mujer, las cosas no se daban y por un tiempo hasta olvidé el tema. Hoy, hace apenas unos cuantos minutos he sido notificada que en enero habrá un pequeñito o pequeñita más que decore nuestras vidas con su sonrisa. Todo esto me hizo olvidar una rabia igualmente concebida durante toda mi mañana y pensar que pase lo que pase, me enoje la circunstancia que me enoje, la vida es bella y considerada. Tanto que uno se esfuerza por tener las palabras exactas en aquel momento de euforia colectiva y las únicas que siempre estarán listas para hacer su entrada triunfal son aquellas prostitutas sentimentales que brotan con un cosquilleo en la punta de la nariz y que por más que intenté evitar el desafortunado derrame, se deslizan orgullosas complementando así las grandes emociones. Esto comprueba que los sentimientos no tienen palabras, que son las expresiones cálidas la mejor respuesta ante algún hecho que implique la solidaridad humana. Ahora todo cambia, la vida cambia, la rutina cambia, los horarios se revuelven y con todas estas mutaciones en la vida familiar no me queda más que decir que lo espero con ansias, que deseo ver a quién se parecerá y sacar conjeturas de su rostro a futuro, descifrar los talentos que traerá tatuados, y vivir los sentimientos que provoca ver a un ser tan pequeño con quien compartes la misma línea sanguínea. Es chistoso ver la vida cómo nos sitúa en el espacio, el último blog que escribí, con una dedicación especial para mi madre, hablaba exactamente sobre el proceso que desde hace un mes mi nuevo sobrino o sobrina ha estado experimentando, lo siguiente que escribo es esto, basado en la inspiración que me provee el hijo de uno de los seres consentidos por mi corazón. Mi boca se congeló sin saber qué decir, sin ubicar las palabras perfectas para despabilar el shock inminente por el que atraviesa mi primo. Sin saber qué decir, escupí las comunes felicitaciones y programé aquella cena que teníamos pendiente. Sin saber qué decir me arrojé a los brazos de Morfeo imaginando su voz que, sin saber qué decir, algún día pronunciará mi nombre.